lunes, 5 de febrero de 2018

El show del elefante Mary

Jim había conseguido que su madre le llevase al circo. En un principio, la mujer no quería interrumpir sus quehaceres domésticos, pero tras muchos ruegos por parte del chico fue el mismo padre quien acabó por decir:

-¿Qué mas da? El niño se lo pasará bien. Además, afuera hace un esplendido día de otoño.

Así que la madre se resignó a cumplir el capricho del niño.

La carpa donde iba a tener lugar el espectáculo dictaba mucho de lo que mostraban los panfletos publicitarios; madre e hijo tuvieron que pasar sobre un pantano de desperdicios para llegar a su sitio, donde estaban hacinados junto a los demás espectadores y tenían que respirar un no se qué repulsivo que les oprimía la nariz.

Tras esperar veintitantos minutos en semejante situación, al fin se acabaron las luces y dio comienzo el espectáculo. Jim aún no lo sabía, pero aquel iba a ser uno de esos días de su tierna infancia que más iba a recordar. Tal vez, por encima de todos los demás.

Media docena de hombres elegantemente vestidos empezaron a tocar cornetas y desfilar por el escenario. Dos equilibristas se dejaron caer colgados por los pies de un trapecio provocaron las risas del público al jugar a pasarse un enanito a modo de pelota. Una mujer se dio un paseo sosteniéndose con sus manos mientras aferraba una chispeante bengala con los pies.

Si aquello ya había cautivado al público, el elefante provocó exaltación.

Aquella mole era guiada por un señor que, haciendo acopio de un corazón de piedra frente a los lastimosos quejidos del animal, en sus manos tenía dos tensas cuerdas con garfios en los extremos, de las cuales tiraba para ir hacer al animal acá o acullá, mientras una horda de negritos vestidos con taparrabos fingía hostigarlo con las lanzas que sujetaban.

¡Decir que el pequeño Jim estaba fascinado sería quedarse corto!

<<Máma, máma, mira eso máma, mira que bicho>>, decía el chaval ante semejante mole gris.

Desgraciadamente, todo espectáculo llega a su fin.

En un alarde de brutalidad, aquel señor situado en el cogote del elefante desgarró una de las orejas del
animal y este, frenético, hizo volar por los aires a varios negritos y tiró al pie de las gradas al señor con un movimiento de su enorme cabeza.

El hombre soltó una verborrea de insultos mientras se llevaba la mano a su destrozada espalda.

-¡Hijo de...!

Jamás terminó esa frase. El animal, viendo a su maltratador en el suelo, avanzó hacia él y, dejando caer la roca que era su pie, le aplastó el cráneo.

En aquel momento Jimmy era demasiado joven para comprender a qué venían semejantes gritos, pues de haber sido ese elefante él habría hecho lo mismo; o cómo aquel señor había podido tener tanto zumo de tomate en una cabeza tan pequeña. Zumo de tomate que en ese momento le manchaba la camisa y la barbilla, y que le provocaba un ataque histérico a su pobre madre.

**************

Jimmy salió, o más bien, fue obligado a salir del circo en brazos de su madre.

De haber estado allí habría visto cómo el gordo Tom aparecía con su rifle y le mutilaba un cuarto trasero al elefante con cuatro tiros. O cómo un grupo de hombres volvían de una de las casetas cercanas armados con bates de béisbol y se liaban a garrotazos con el animal hasta destrozar por una parte sus armas, y por otra las rodillas del paquidermo. Pero sobre todo, habría visto un buen ejemplo de eso a lo que llamamos "sociedad civilizada" cuando los allí presentes soltaban sus armas y, reunidos en multitud, llegaron a un mutuo acuerdo.


El ahorcamiento tuvo lugar el 16 de Septiembre de 1916.

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